Los escenarios que pueden contemplarse desde cualquier punto de este lugar, cuyas veredas surcan el sur de los mapas, son tan fascinantes como insurrectos.
A
pesar de que el pensamiento de vanguardia insiste en desplazar a los
aborígenes, colocando títulos como El Más Mágico de los Pueblos Mágicos (cedido
por Felipe Calderón) e instalando vistosos andadores de alto consumo, los
grupos indígenas acostumbran dejar huellas que nos recuerdan su permanencia en
San Cristóbal de las Casas.
La
herencia de la conquista mezclada con la convicción del zapatismo, suman la resistencia
de las diferentes etnias que componen este panorama que luchan por no ser
evaporados.
Los
muros son ejemplo de ello: tras los pasos de la insurgencia por aquellos días
de enero del ’94, las paredes de San Cristóbal de las Casas se convirtieron en
un espacio más de expresión, cuando se quiso aniquilar la voz zapatista que
daba luz a un proceso de vida autónoma.
Ya
con antelación la cultura maya predijo un periodo de oscuridad de 468 años, a
partir de la llegada de los conquistadores a territorio mexicano, cuando Chiapas
aún pertenecía a Guatemala, y cuyo lapso ya se cumplió.
Durante
la época, un hombre logró impregnarse en la memoria indígena, Bartolomé de las
Casas, quien aún hoy día mantiene un sentimiento en la dignidad autóctona. Este
fraile español protegió sus derechos en tiempos el yugo dudaba que los indios
tuvieran alma.
Siglos
más tarde, cuando ese periodo oscuro se va diluyendo a paso lento, surge el
humanista Samuel Ruiz, quien desde el templete de la religión, hizo un hueco en
la agenda política para visibilizar nuevamente a los amerindios, en momentos en
que el abandono se erige para desplazarlos (o unificarlos forzosamente) del
escenario capitalista. ¿Serán ellos, los políticos, quienes no tengan alma?
Pero
sin duda, bajo la enseñanza y herencia que dejaron los más primeros, los
indígenas que cruzan por los senderos del sur, en San Cristóbal de las Casas (y
muchos otros territorios rebeldes), se resisten a ser aniquilados de una vez
por todas.
Ello
propició también la llegada del Ejército Zapatista de Liberación Nacional
(EZLN), cuando en los días de aquel enero le dijeron al capitalismo desalmado
de libre comercio: “Nunca más un México sin nosotros”.
En
San Cristóbal de las Casas las montañas desaparecen con la neblina, y éste
también es uno de los escenarios más vistosos del mundo de abajo, del sur, de los
vencidos.
En
el México de San Cristóbal de las Casas suena con ahínco la marcha de los
zapatistas, apenas el mundo se encontraba pariendo una era (21 de diciembre de
2012). Este es otro de los paisajes más ilustrativos desde un punto del mapa muy
bien conocido: abajo y a la izquierda.
Templos,
centros de salud, restaurantes, espacios culturales, terminales de autobús, bancas
públicas, bancos privados, el piso de una calle… Las paredes escuchan y gritan
a la vez. Los muros están cargados de rebeldía: a mayor silencio con la
expansión de la ceguera y sus zonas de consumo, mayor es el estruendo que
generan indígenas sublevados ante la obstinación por desaparecerlos.
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