Que
la privatización de México -no sólo el contemporáneo, sino el de siempre- es un
hecho, afirman aquellos que nos arrebataron la transición. Son los mismos que
hoy de manera cínica, muy al estilo gringo, se atascan los labios de discursos
inverosímiles y, claro, Televisa y sus acólitos los sacan a cuadro.
Hoy,
sin embargo, les creemos. Y eso es porque estamos realmente distanciados de
nuestro rededor. Qué va, estamos distanciados de nosotros mismos.
Creemos
cuando nos dicen que México apunta a ser un país de primer mundo si dan vía
libre a las trasnacionales, porque “México tiene todo para ser un país del
primer bloque”. Creemos que los índices de homicidio bajaron tras aquella
masacre del “todos contra todos”, ya que las televisoras le hicieron un recorte
al tema. Creímos en la pandemia aquella del AH1N1, y lo que no supimos era el
contenido de las vacunas, o del oportunismo de las empresas fármaco-asesinas.
Que
por fin terminaron 3 años de injusticia contra las indígenas Jacinta, Teresa y
Alberta. Que culminaron los 13 años en contra de Patishtán y los Solidarios de
la Voz del Amate (aún resta uno por obtener su liberación). Empero, esos mismos
medios de comunicación que nos informan sobre el término de la agonía, no
precisa el “cuándo” de la reparación de los daños por un cautiverio que buscaba
aniquilar.
Mientras
el PRI y el PAN (y el también neoliberal PRD) administran la pobreza, seguimos
creyendo en el folclor de los pueblos, y alimentándonos de las trasnacionales. Subestimamos
a los pueblos originarios, cuando desconocemos su cosmovisión, porque nos basta
con comprarles un bolso, un monedero, una muñeca. Aún excluimos a los pueblos
originarios, porque no conocemos sus raíces, su entorno. Discriminamos todavía
a los pueblos originarios, porque nos hemos creído aquello de que sus idiomas -porque
son idiomas- mueren, y nunca vemos en la diversidad nuestra integración.
Mientras
aquellos administran el sistema de salud, seguirá pululando el cáncer, los
trabajos de parto artificiales, la gripe, las pastillas, los esquizofrénicos,
lo bipolares, los hiperactivos, los encierros, el permanecer aletargados y,
pronto, mirarse bajo la muerte. Mientras continúen administrando nuestras
vidas, asimismo seguiremos sufragando por la ilusión.
Ejemplos
existen por miles. El calderonismo, la administración bélica actual, no hizo
sino adquirir el modelo antiterrorista del imperio yanqui, cuyos pilares se
derrumban, o que incluso “ha muerto”, en palabras de Gustavo Esteva, con tal de
validarse en el poder, militarizando las calles y asesinando a la sociedad.
Enrique
Peña Nieto (cuyo rostro y canas lo dicen todo) no ha podido ni levantar la mano
para opinar. El Círculo Negro del que nos advirtió Antonio Velasco Piña está
más vivo que antes. Hombres ocultos que toman las decisiones dentro del PRI. No
son los mismos hombres, pero las mañas siempre se heredaron.
Y todo
estaba listo para abrirle las puertas al país farsante (varios se incluyen
aquí), y perpetuar la silla monarca de los de siempre.
Mas
todo colapsó. Y no hay vuelta de página. México está roto. México está entre
dos sendas. Y nos han dicho minorías, y nos han catalogado como grupos
vulnerables, y nos han llamado la Generación X o ninis o vándalos… Bueno, pues
ya lo vemos: somos los más y hemos iniciado ya el periodo de transformación. Y
no hay vuelta atrás. Somos los herederos de la revolución. Los que sabemos que
el Estado no puede administrar nuestras vidas permanentemente. Somos quienes,
primero, hemos comenzado a cambiar nuestro ser interior, para entonces cambiar
la realidad que nos asecha. Allí está la revolución. A partir de ello, podemos
construir el país de la multiplicidad de sendas, acorde a la diversidad que
caracteriza al país del ombligo de la luna.
México
está roto, así que ha comenzado el proceso a la real transición.
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