Todo Estado se funda por la fuerza
Intuir
lo que se nos viene con la desintegración del sistema es corresponder a los
caminos de la lógica. El aniquilamiento de los seres, no sólo humanos, se
extenderá en tanto no seamos creativos para independizar la lucha: apuntar a la
autonomía.
Y hacia
allá vamos. El panorama aún no es muy nítido, pero por lejano que se observe,
hay atisbos de ello.
Tuvimos
que ser asesinados por un sistema que nosotros construimos. Lo construimos a
partir de creer que era cierto que unos cuantos tenían que encargarse de la
administración de nuestras vidas. Tuvimos que ser perseguidos para ocultar que
somos un tanto más que simples enigmas mortales. Tuvimos que permanecer en
cautiverio (en calabozos) para que esos cobardes pudieran escribir libritos que
enseñaban a otros cómo comportarse ‘en público’.
También
tuvimos que asumir el miedo como parte de nuestra cotidianeidad. Nos dijeron
que la naturaleza es bellísima, pero habría que cuidarse de ella porque su
lluvia enferma. Nos tuvimos que tragar aquello de las sombrillas, del abrigo,
de vacunas, todo a cambio del nulo contacto con la mística forma de vida que
está frente a nosotros.
Tuvimos
que acostumbrarnos, además, a la penuria de poblados enteros. A las casas de
cartón, a las muertes por frío, a las muertes por hambre, a las muertes por
enfermedades… En fin, al exterminio. Nos inyectaron la ilusión aquella de un
mundo maravilloso, que sólo existe de 6 a 9 en el canal de las estrellas. Entonces,
creímos también en nuevos dioses, los contemporáneos, los que visten de gala y
sonríen si hay papel en verde de por medio.
Y así
transcurrieron los siglos…
Tuvimos
que ser asfixiados por un sistema no genuino. Uno diseñado al contento de
hedonistas nunca satisfechos. Nos plantearon aquello del primer y tercer mundo.
Y lo creímos. Que las fronteras eran la más clara señal de patriotismo, y
cuidado si querías pasar sobre mi cerca sin pagar tributo porque entonces te
asesino. Y cuidado si deseas cambiar las condiciones de vida en la que te
tenemos, porque si cruzas, te asesino. Y más cautivo debes estar porque si
lograr traspasar mis límites, tengo la fórmula continuar la persecución: ahora
te discrimino.
Vaya
que nos creímos todo. Vaya que supimos acatar normas y reglas y vaya si supimos
defenderlas si alguno de nosotros intentaba distanciarse del sistema. Porque siempre
fuimos reclutas del sistema, al aire libre y sin honorarios. Siempre le dimos
la espalda al amor, creyéndonos enamorados. Cadenas.
Y es
precisamente este método el que levantó como triunfo el sistema. Nos distanció
como seres. Nos comprometió con el porvenir, en tanto aprendieras de las
competencias. Nos contó la historia como para aspirar a un diez. En
consecuencia olvidamos el registro histórico universal.
En
este sistema inventado, aprendimos de todo excepto de magia. La magia de
caminar en conjunto. La magia de construir de la mano. La magia de un sendero
que poco a poco se nota más claro: el de la fraternidad.
Mientras
haya hermandad, no necesitamos de un Estado/Sistema que intente nuestro bien. No
requerimos de un Estado/Sistema que nos vigile, nos controle, que construya
escuelas y cárceles por igual. No necesitamos de un Estado/Sistema ilusorio que
se va diluyendo y menos aún estamos obligados a consentir sus posturas: las
reglas.
Apuntar
a la autonomía. Compartir cuando se atraviese el anuncio aquel de “compite por
un puesto”. Construir la independencia, nunca a partir de la indiferencia. El hartazgo
también es un triunfo para el sistema. Somos entidades mágicas con sueños
tangibles. Somos un nosotros. Somos los que, como dijo el zapatismo, haremos
que el miedo cambie de bando. Somos la consecuencia de luchas que apuntaban a
la fraternidad y que, hoy, criminalizan para apagarnos, para que ese sistema
pueril se perpetúe. Un sistema cuyo hedor mortal comienza a distinguirse.
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