lunes, 18 de noviembre de 2013

El viejo mundo

Y dicen que va terminando el año. Ya las emociones escalan el termómetro y uno que otro bien/intencionado obsequio va dirigido a los vagabundos, esos a los que hacemos caso con monedas porque no sabemos hacerlo con abrazos.
Dicen -y lo hacen con vehemencia- que ya viene un año más en el qué depositar los siguientes proyectos, frente a los que no pudimos cumplir en el presente. Dicen que está en declive el año, a ratos perdido por, acaso, el paro magisterial, vándalos sin qué hacer que sólo buscaban eso: perder el año. Y lo lograron, dicen.
Dicen también que se fue como agua un año, gracias a dios, ca(r)gado de trabajo. Mientras otros ven un año más que se fuga con la misma ausencia de una actividad laboral.
Se dice por las calles y los bares y los cafés y los pasillos del autoservicio que se nos va acabando un año que se asemeja mucho al anterior; un año más, dicen. Las charlas se perfilan hacia las reuniones del traje color algarabía y el calzado último modelo.
El año, hoy, es más viejo que nada. Viejo por los meses transcurridos. Viejo porque ya las agendas y los autos lo dictan. El año se hizo viejo contemplando cómo volvíamos a las mismas viejas prácticas de encaminar al país hacia el desarrollo (ese término por el que envejeció -que no murió- la derecha). El año se nos añejó viendo los mismos paisajes, con el perenne refrán de que ahora sí estamos cerca del mundo que da la bienvenida a las economías sanas, a los que luchan de forma incansable por abolir la hambruna con cruzadas homéricas. En fin, los que abrazan a aquellos que perpetúan el sistema.
La balanza del año está más oxidada por estos meses, frente al cataclismo social. El año viejo está a punto de quemarse, en las casitas de adobe, en las casonas de Condesa. Y nuestra idea de la felicidad se fue envejeciendo unos once meses después…
Se tornaron viejas además las palabras. Las de ellos. Las de siempre. Las que se di/secan en el papel de cuyo título recuerdo con el de “Leyes”. Las que, incluso, no le desgasta a nuestro oído escuchar a sabiendas que de reliquias verbales conservamos nuestra añeja/inconclusa revolución, cuando el viejo PNR palió a sus caudillos con honorables presidentes.
Viejos también se vuelven nuestros padres de memoria indeleble y acciones suaves. Viejos bellísimos. Envejecen incluso los pilares que sostienen la cúpula también añeja. ¿Cuál? Todas.
¡Ah qué viejos tiempos aquellos que aún no terminan! Seguimos en el antiguo escenario de la penuria cubierta con chal y revestida por esas viejas ganas de querer transformarnos en una civilización más, sin habernos preguntado antes si deseamos ser transformados. Se trata de esa antigua mente colonial que habita las cavernas.
Dicen que se está acabando un año intempestivo y que se nos viene otro, éste sí con un poquito más de crecimiento encasillado en tasas por demás sabido inexistentes. Que hay que dar gracias a dios por permitirnos un año más de vida. ¿Podrá reclamársele su trillada forma impugnable de que tal permisión esté plagada de mañas y dobles sentidos?
Y entonces se nos comienza a acumular hasta el polvo. Mas se desconoce si tales partículas son propias o las vertieron sobre nosotros.
Y dicen que se nos está acabando el año. El mismo año repetido hace tantos y por el cual seguimos lustrando proyectos, alistándonos para fungir como los mejores anfitriones de un teatro que se viene abajo por pilares ya insostenibles.
Este discurso, asimismo, se añeja. Y el México de hoy ha envejecido, tal como el año que, dicen, a punto está de concluir, síntoma inequívoco de que estamos bajo la atmósfera de otro periodo, el que se distiende de las promesas a la emancipación. ¿Estamos listos para desprendernos del viejo mundo?

Zapato más antiguo del mundo, encontrado en Armenia,
que data -dicen- de hace 5,500 años.
 

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