Es
precisamente allá donde un pueblo provocó la convulsión en las montañas desde
las ciudades; allá, en la mera esquina del México profundo. Ese pueblo agitó
los cielos de esta tarde, caminando los kilómetros de la injusticia, soslayando
las prisiones a las que se aferra la estructura a la que llaman gobierno, que
no es más que un arma apuntándonos.
Esos
hombres y mujeres, niños y abuelos que conforman el pueblo en marcha, son los
mismos que hace quinientos años resistieron para no ser demolidos. Son los que
han venido colocando la base de la sublevación; los que han sorteado muerte y
sometimiento, a cambio de su integración con otros pueblos, de emancipadora
conciencia.
Es el mismo pueblo que ahora resiste en Chilpancingo
frente a los toletes y que también
marcha en nombre de las generaciones de ayer y hoy, por una educación verdadera.
Es el mismo pueblo que defiende su tierra en Wirikuta y el Istmo de
Tehuantepec, frente a emporios saqueadores. Es el mismo que se atreve a
protestar por la imposición de un hombre que pretende dirigir un país y no
escucharlo. Es el mismo que agita la tarde, que agita las voces del resto del
pueblo, que no merece espacio en los medios de información que temen que otros
tantos pueblos se organicen y marchen en conjunto. Y también es el pueblo que
esta tarde habló al mundo, desde aquella esquina del México profundo, exigiendo
dignamente ¡Libertad para Alberto Patishtán!
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