(Parte II)
El
día anterior, el colectivo No estamos
todxs expuso en la plaza de la paz los casos de Alberto Patishtán y una
decena más, en lo que se denominó la jornada anti carcelaria: regresemos nuestros
presos a casa, a fin de hacer pública la inocencia de quienes han sido
secuestrados por un sistema que opera en contra de su propia sociedad.
Los
integrantes del colectivo también acompañaron a Patishtán, coincidiendo con mi
llegada, llevándole noticias y saludos de las personas que se encuentran del
otro lado del CERESO.
Ahora
me doy tiempo de contemplar los muros del penal, y sobre ellos proyecto las
imágenes de aquel enero del ’94, cuando el EZLN liberó a todos los presos que
se encontraban aquí: momentos de tensión y muerte cuando los zapatistas se
enfrentan al ejército verde olivo.
La
batalla de Rancho Nuevo, cuyo sitio está muy próximo a la prisión, tambaleó la
estructura castrense en México por largas horas. San Cristóbal de las Casas es,
históricamente, espacio de lucha y resistencia.
La
conversación con Patishtán es denuncia inmediata: quien dirige el CERESO tuvo
por varios meses la firmeza de acabar con sus derechos, puesto que se terminó la
introducción de alimentos, la venta de sus artesanías (telares, carpintería y
pinturas) al interior, las visitas de gente ajena (y cercana en algunos casos) a
los reclusos e incluso la falta de atención médica obligatoria.
Pero
el profesor fue claro cuando afirmó que al hacer públicas estas prohibiciones,
el director tuvo que cambiar su postura y regresarles sus derechos.
Entonces
nos mostró una gorra que recientemente se había terminado de realizar. Bordada
a mano, prevalecía el color rojo con la leyenda “La Voz del Amate”.
Uno
a uno, fui conociendo a los Solidarios también. Las historias detrás del
encierro son tan severas como su inocencia. Pedro López Jiménez parece muy
cercano a Patishtán. En realidad todos lo son; sin embargo, Pedro se encuentra
pendiente del profe en todo momento.
El
compa Benjamín López Aguilar, un joven serio de 24 años, me comparte que hace
cinco meses dejó de ver a su mamá. La mujer está enferma y no ha podido
visitarle desde entonces. Hasta ahora, nadie ha podido darle noticias sobre su estado
de salud.
Pero
no duda en mandar unas palabras por si acaso: “Mamá, quiero decirle que no se
preocupe, que un día tengo que alcanzar la libertad”.
Algunos
de los muchachos me acompañan a conocer las áreas de esta prisión. Para ser
claro, es muy pequeña para los cerca de 400 presos que se encuentran aquí. Las condiciones
de hacinamiento también se ostentan en este lugar.
Luego
me sumo a la charla con Rosario Díaz Méndez, un hombre sonriente y sumamente
expresivo. Recién fue sentenciado a 25 años de prisión por homicidio. Él ha
demostrado que durante los hechos en los que participó, según el ministerio
público, se encontraba fuera del estado.
Así
procedo a platicar con Juan Collazo Jiménez, joven y de profundas reflexiones. Es
tan agradable como elocuente. Su crimen: enamorarse. Acusado de secuestro, dice
tener en las paredes y en las rejas de metal, a otros amigos que le han dado
fortaleza para seguir en la lucha incansable por al fin verse en libertad. A este
grupo solidario se suman Juan Díaz López, Juan López González, Alejandro Díaz
Sántiz, Rosa López Díaz y Alfredo López Jiménez.
La
conversación con cada uno de ellos asoma su capacidad humana de permanecer
unidos como grupo, sabedor de tener una fuerza inquebrantable por defender su
inocencia hasta consumar su liberación.
De
acuerdo con el Derecho a la Inocencia:
Apuntes sobre una “forma de extinción de la responsabilidad penal” que
redactó la Ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación Olga Sánchez
Cordero, el reconocimiento de inocencia
permite al sentenciado que ha sido declarado culpable de un delito, alegar en
su favor circunstancias supervenientes que demuestran su inocencia.
Patishtán,
con casi 13 años en prisión, pelea por el reconocimiento de inocencia tras
haber presentado ya todas las pruebas que así lo demuestran.