viernes, 30 de noviembre de 2012

Se va un asesino y… ¡Llega otro!


Eres incapaz de reconocer el estallido de un tiempo, el mismo por el que atraviesa tu juventud y las juventudes de otras edades. Estás mirando impávido un hogar descompuesto, masacrado y, a todas luces, absorbido por la indiferencia. Eres partícipe de tu entorno, pero ¿de cuál? Tú, pueblo de México, te estás integrando al sistema de la desesperanza y a esos convenios internacionales de la exterminación. Estás soportando una barbarie que no imaginaste y que se implantó como programa de seguridad nacional. Estás adquiriendo una visión normalizada de la muerte. Pero no aquella muerte genuina y, en algunos casos, por voluntad, sino en el escenario de la muerte por la muerte, la sanguinaria, monstruosa, feroz. Es el territorio en llamas. La muerte por la muerte. Existen voces que avanzan en contra línea, aquellas que mueren de dolor por un hijo asesinado, un amigo desaparecido o un familiar desplazado. Esas voces persisten en hacerle una grieta a la memoria, para que los nombres de sus muertos y desaparecidos se incluyan en la lista de civiles y no en la explanada donde se produce la guerra.
Las voces de Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos (as) en México, se pronuncian de manera implacable contra Felipe Calderón, quien en cuestión de horas abandonará este territorio incendiado, para llegar a la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de Harvard.
“Nuestros reclamos serán tu sombra y te seguirán adonde vayas. No tendrás reposo, ni te vamos a dejar dormir hasta que la justicia llegue con nuestros hijos e hijas”, dicen con fuerza.
Lo mismo sucede con Trinidad Ramírez, doña Trini, del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra de San Salvador Atenco, quien no duda en afirmar que se va un asesino, pero llega otro: Enrique Peña Nieto.
Y así, un cúmulo de expresiones derivadas en reclamos se ciñe sobre estos dos hombres que pretenden eclipsar la memoria de este pueblo, capaz de pasar desapercibido el grito de dolor de miles de familias inmersas en la locura que erige la muerte.
Tú, pueblo de México, puedes tolerar el yugo intervencionista, puedes mostrarte indiferente y rapaz contra el indigenismo, puedes ser avasallante contra quien te han hecho conocer como la clase improductiva; también puedes criminalizar a esos nómadas, sucios y desaliñados, que se desplazan por las vías del ferrocarril o ser determinante en catalogar a todos esos presos en el inframundo de la sociedad. Y también puedes acostumbrarte al policía vejando a los habitantes de una comunidad.
Todo eso y más toleras pueblo de México. Pero ¿también eres capaz de asumir que este día se vaya un asesino y llegue otro?

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