jueves, 18 de febrero de 2010

Interminables latidos


El Tiempo se esconde entre los prismas basálticos de Huasca de Ocampo. No quiere asomar ni la lengua con que bebería de las cascadas que se abren paso por las rocas vueltas una arquitectura, y que descienden con vehemencia hasta impactar contra una poza de fondo aún más recóndito.
Se sumerge entre las grietas de un basalto para no ser visto y serpentea por su sendero hacia tiempos remotos, donde está a punto de mirar con vértigo la barranca de Alcholoya.
El Tiempo prolonga su estadía y resurge por los aires para contemplar el ancho contorno de la presa San Antonio Regla, la cual nutre de energía líquida a este impresionante lugar que pierde sus limítrofes en las diversidades de la Comarca Minera de Hidalgo.
En las profundidades de la presa ondula su forma y engulle cuanto pez declina a sus fauces, con una voluntad iracunda, rabiosa, ésa que emerge de la sensación de extravío, ésa que concede la distancia entre el pasado y el momento actual.
Así era este sitio.
El Tiempo lo extraña. Se enreda en un tronco submarino para no revolcarse en la corriente que se detiene allá, en el bullicio de cien mil personas que en la actualidad, olvidan -pronto- que este sitio aún se mantiene con vida.
Aunque el Tiempo no lo determine, los prismas conservan intacto su rostro: imponente, salvaje, de formas precisas, pulsos entrecortados y latidos interminables que, pese a la invasión que lleva a cabo la raza humana, resulta ser un oasis en medio de la agreste naturaleza.

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