De
insomnio nunca se muere. Porque tú pasaste la vida en vigilia y la muerte en
historia. Son tus ojos que yacen mirando aún desde la nada, tus ideales bien
arraigados a esta tierra de todos y tu palabra, tu acción, implacable muestra emancipadora.
Tus vestigios, finalmente encontrados en el cadáver número dos, en aquel ’97 en
que los mexicanos también nos llenábamos de plomo en Acteal, ya se habían
enraizado al corazón de Vallegrande. Te faltaban las manos pero sobraba energía
para despertarte un momento y llevarte adonde un hermano tuyo de extensa barba ya
te esperaba.
De
insomnio no se pudre el cuerpo. Porque tus desvelos valían tus palabras, tus
notas. Tu inquietud andante no era más que para vislumbrar por ti mismo lo mal
equilibrado que se encontraba tu Mayúscula América y la de tantos otros más. Y entonces
se te ocurrió pensar que tú ya no eras tú, al menos no en tu interior… Y se te
ocurrió entonces creer que en México encontrarías tu permanente empresa, la
perenne acción revolucionaria. Y se te ocurrió también considerar que el Granma
pertenecía a aquel sueño que habías tenido por anticipado.
De
insomnio uno nunca muere. Porque se está en pleno servicio de la Patria. Y eras
tú al servicio de una tierra no bien tuya, pero cuyos lazos habías tejido desde
otro momento, desde otra vida. Una tierra decidida a no alinearse, a soltarse
de las manos imperialistas, una intención que jamás se le habría ocurrido a
dios alguno.
Y
por allí te fuiste, caminando cual quijote que emprende una abierta batalla,
una hermosa batalla por la cual no se puede escatimar aliento. Y los que mueren
por la vida no pueden llamarse muertos. Algo de razón tendrá Alí Primera.
Pero
bajo el insomnio, jamás perdiste detalle de cómo había que construir el
socialismo. Cátedras en la ONU, pláticas a los jóvenes, poesía para
combatientes, cartas a tu madre, notas de viaje… Todo ello era el cúmulo de átomos
que te constituían.
De
insomnio nunca se deja de respirar. Porque tú, jadeante, seguías caminando los
montes, atravesando los ríos, arrastrando la moto, sanando las almas… Quizás
allí era donde poco a poco estabas muriendo como el humanista. Aunque primero,
tenías que encaminarte a nuestro pueblo hermano, la Bolivia en dictadura, de
desapariciones, de asesinatos… Una historia muy bien conocida por
Latinoamérica.
De insomnio no pudiste haber quedado en muerte. Porque
con el llanto de Pompo, Urbano y Benigno, a sabiendas de tu captura, se
extendió el proceso de emancipación que continúa vigente, mientras ese llanto
pertenezca a todos en quienes vives. El llanto de la era que va pariendo un
corazón.
Concierto al pueblo dominicano
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