jueves, 19 de diciembre de 2013

¿Por qué el sistema criminaliza la fraternidad?

Todo Estado se funda por la fuerza

Intuir lo que se nos viene con la desintegración del sistema es corresponder a los caminos de la lógica. El aniquilamiento de los seres, no sólo humanos, se extenderá en tanto no seamos creativos para independizar la lucha: apuntar a la autonomía.
Y hacia allá vamos. El panorama aún no es muy nítido, pero por lejano que se observe, hay atisbos de ello.
Tuvimos que ser asesinados por un sistema que nosotros construimos. Lo construimos a partir de creer que era cierto que unos cuantos tenían que encargarse de la administración de nuestras vidas. Tuvimos que ser perseguidos para ocultar que somos un tanto más que simples enigmas mortales. Tuvimos que permanecer en cautiverio (en calabozos) para que esos cobardes pudieran escribir libritos que enseñaban a otros cómo comportarse ‘en público’.
También tuvimos que asumir el miedo como parte de nuestra cotidianeidad. Nos dijeron que la naturaleza es bellísima, pero habría que cuidarse de ella porque su lluvia enferma. Nos tuvimos que tragar aquello de las sombrillas, del abrigo, de vacunas, todo a cambio del nulo contacto con la mística forma de vida que está frente a nosotros.
Tuvimos que acostumbrarnos, además, a la penuria de poblados enteros. A las casas de cartón, a las muertes por frío, a las muertes por hambre, a las muertes por enfermedades… En fin, al exterminio. Nos inyectaron la ilusión aquella de un mundo maravilloso, que sólo existe de 6 a 9 en el canal de las estrellas. Entonces, creímos también en nuevos dioses, los contemporáneos, los que visten de gala y sonríen si hay papel en verde de por medio.
Y así transcurrieron los siglos…
Tuvimos que ser asfixiados por un sistema no genuino. Uno diseñado al contento de hedonistas nunca satisfechos. Nos plantearon aquello del primer y tercer mundo. Y lo creímos. Que las fronteras eran la más clara señal de patriotismo, y cuidado si querías pasar sobre mi cerca sin pagar tributo porque entonces te asesino. Y cuidado si deseas cambiar las condiciones de vida en la que te tenemos, porque si cruzas, te asesino. Y más cautivo debes estar porque si lograr traspasar mis límites, tengo la fórmula continuar la persecución: ahora te discrimino.
Vaya que nos creímos todo. Vaya que supimos acatar normas y reglas y vaya si supimos defenderlas si alguno de nosotros intentaba distanciarse del sistema. Porque siempre fuimos reclutas del sistema, al aire libre y sin honorarios. Siempre le dimos la espalda al amor, creyéndonos enamorados. Cadenas.
Y es precisamente este método el que levantó como triunfo el sistema. Nos distanció como seres. Nos comprometió con el porvenir, en tanto aprendieras de las competencias. Nos contó la historia como para aspirar a un diez. En consecuencia olvidamos el registro histórico universal.
En este sistema inventado, aprendimos de todo excepto de magia. La magia de caminar en conjunto. La magia de construir de la mano. La magia de un sendero que poco a poco se nota más claro: el de la fraternidad.
Mientras haya hermandad, no necesitamos de un Estado/Sistema que intente nuestro bien. No requerimos de un Estado/Sistema que nos vigile, nos controle, que construya escuelas y cárceles por igual. No necesitamos de un Estado/Sistema ilusorio que se va diluyendo y menos aún estamos obligados a consentir sus posturas: las reglas.
Apuntar a la autonomía. Compartir cuando se atraviese el anuncio aquel de “compite por un puesto”. Construir la independencia, nunca a partir de la indiferencia. El hartazgo también es un triunfo para el sistema. Somos entidades mágicas con sueños tangibles. Somos un nosotros. Somos los que, como dijo el zapatismo, haremos que el miedo cambie de bando. Somos la consecuencia de luchas que apuntaban a la fraternidad y que, hoy, criminalizan para apagarnos, para que ese sistema pueril se perpetúe. Un sistema cuyo hedor mortal comienza a distinguirse.

domingo, 1 de diciembre de 2013

La real transición de México

Que la privatización de México -no sólo el contemporáneo, sino el de siempre- es un hecho, afirman aquellos que nos arrebataron la transición. Son los mismos que hoy de manera cínica, muy al estilo gringo, se atascan los labios de discursos inverosímiles y, claro, Televisa y sus acólitos los sacan a cuadro.
Hoy, sin embargo, les creemos. Y eso es porque estamos realmente distanciados de nuestro rededor. Qué va, estamos distanciados de nosotros mismos.
Creemos cuando nos dicen que México apunta a ser un país de primer mundo si dan vía libre a las trasnacionales, porque “México tiene todo para ser un país del primer bloque”. Creemos que los índices de homicidio bajaron tras aquella masacre del “todos contra todos”, ya que las televisoras le hicieron un recorte al tema. Creímos en la pandemia aquella del AH1N1, y lo que no supimos era el contenido de las vacunas, o del oportunismo de las empresas fármaco-asesinas.
Que por fin terminaron 3 años de injusticia contra las indígenas Jacinta, Teresa y Alberta. Que culminaron los 13 años en contra de Patishtán y los Solidarios de la Voz del Amate (aún resta uno por obtener su liberación). Empero, esos mismos medios de comunicación que nos informan sobre el término de la agonía, no precisa el “cuándo” de la reparación de los daños por un cautiverio que buscaba aniquilar.
Mientras el PRI y el PAN (y el también neoliberal PRD) administran la pobreza, seguimos creyendo en el folclor de los pueblos, y alimentándonos de las trasnacionales. Subestimamos a los pueblos originarios, cuando desconocemos su cosmovisión, porque nos basta con comprarles un bolso, un monedero, una muñeca. Aún excluimos a los pueblos originarios, porque no conocemos sus raíces, su entorno. Discriminamos todavía a los pueblos originarios, porque nos hemos creído aquello de que sus idiomas -porque son idiomas- mueren, y nunca vemos en la diversidad nuestra integración.
Mientras aquellos administran el sistema de salud, seguirá pululando el cáncer, los trabajos de parto artificiales, la gripe, las pastillas, los esquizofrénicos, lo bipolares, los hiperactivos, los encierros, el permanecer aletargados y, pronto, mirarse bajo la muerte. Mientras continúen administrando nuestras vidas, asimismo seguiremos sufragando por la ilusión.
Ejemplos existen por miles. El calderonismo, la administración bélica actual, no hizo sino adquirir el modelo antiterrorista del imperio yanqui, cuyos pilares se derrumban, o que incluso “ha muerto”, en palabras de Gustavo Esteva, con tal de validarse en el poder, militarizando las calles y asesinando a la sociedad.
Enrique Peña Nieto (cuyo rostro y canas lo dicen todo) no ha podido ni levantar la mano para opinar. El Círculo Negro del que nos advirtió Antonio Velasco Piña está más vivo que antes. Hombres ocultos que toman las decisiones dentro del PRI. No son los mismos hombres, pero las mañas siempre se heredaron.  
Y todo estaba listo para abrirle las puertas al país farsante (varios se incluyen aquí), y perpetuar la silla monarca de los de siempre.
Mas todo colapsó. Y no hay vuelta de página. México está roto. México está entre dos sendas. Y nos han dicho minorías, y nos han catalogado como grupos vulnerables, y nos han llamado la Generación X o ninis o vándalos… Bueno, pues ya lo vemos: somos los más y hemos iniciado ya el periodo de transformación. Y no hay vuelta atrás. Somos los herederos de la revolución. Los que sabemos que el Estado no puede administrar nuestras vidas permanentemente. Somos quienes, primero, hemos comenzado a cambiar nuestro ser interior, para entonces cambiar la realidad que nos asecha. Allí está la revolución. A partir de ello, podemos construir el país de la multiplicidad de sendas, acorde a la diversidad que caracteriza al país del ombligo de la luna.
México está roto, así que ha comenzado el proceso a la real transición.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Cómo no enloquecer

Los tiempos siempre han sido intempestivos. Se trata de situaciones ininteligibles, o bien, misteriosas, para las cuales el ser humano está naturalmente preparado. La creatividad, la invención, la magia nos son inherentes.
El momento llegó. Los pilares que sostuvieron largos periodos de la realidad única se vienen abajo. Es el preciso instante en que la imaginación se entrelaza por los seres vivos para trasmutar. Ya lo decía aquel filósofo cargado de tormenta: “Para renacer, primero seamos ceniza”.
Ese es el miedo de los ‘anclados’. Ese es el terror que tienen los que por siglos se asumieron como dueños del mundo y todo lo que en él (y fuera de él) convive: la Libertad.
La libertad es el secreto mal guardado por las cúpulas. Cualquier cosa se hará para resguardarla. Todo se ha hecho para que nadie más la contemple, la viva. Los hilos, le economía, la ciencia, la religión doctrinal, el miedo, la tortura, dictaduras, democracias, eurozonas, sueños americanos, industrias farmacoasesinas, lobotomías, el miedo, la tercera, el 1914 y 1939, dios, los ismos, tratados internacionales, instituciones, esclavitud, el miedo, la violencia…
La violencia puede ser uno de los factores más sigilosos y abiertos a la vez, que mayores resultados ha generado en nuestra contra. Desde el nacimiento, se emerge en un escenario violento. Se nace en hospitales muertos, frente a personas autómatas que resguardan la violencia y privan la libertad de tener el primer vínculo con la madre biológica.
La violencia está en los certámenes, bien arraigada. Está en los “pueblos mágicos”, donde se supo administrar la pobreza con folclor. Y nos lo creímos. La violencia está en las palabras, en el lenguaje cotidiano. Se encuentra en las religiones tratando de adherirnos por todos sus medios. Y este sector tiene mucho qué soltar. Encerró el conocimiento, no solo el intelectual, sino el de las virtudes humanas. Se quiso apoderar de la magia, consiguiéndolo por un ratito, ya que los siglos no son sino instantes de energía.
Se apoderó de la alquimia, ahora recordada por los artesanos y eternamente valorada por los pueblos originarios.
Persiguió a los magos como ahora también se persigue a los activistas. Asesinó a chamanes y brujas tal como se hace hoy con quienes revelan fórmulas secretas firmadas en escritorios de caoba por los anclados.
Obstruyó el flujo de la pureza, la misma que nos hace prescindir de las palabras y enlazarnos con el otro por distintos canales…
Y entró al quite la ciencia, malograda intención del grupo sectario de los ilustres. Estos o cambian el rumbo o no llegarán a la nada.
Y entonces se acostumbró la violencia a convivir con nosotros. La violencia de un niño pidiendo monedas. Del hombre con frío, con hambre. La violencia de tener que hacernos de un calzado. La violencia de hacerles llamar minorías, grupos vulnerables, pobres, extraños, síndromes, seropositivos, discapacitados, esquizo, bipolares, rurales, hiperactivos, peligrosos, hárragas, indígenas, negros, africanos, países, continentes, fronteras, prófugos...
La violencia se coló en la amnesia, en las aulas, en las calles. La violencia se diseñó junto con el sistema, a fin de crear a los ‘guardianes del orden’ que ahora nos persiguen. Y con la mente obnubilada, también nos convirtieron en sus propios guardianes. Testaferros que firmábamos a ciegas, para hacer cumplir sus normas, sus reglas, sus estás fuera del círculo si no tienes, sus cómo se te ocurre, sus busca un trabajo, sus te estás quedando, sus debes pensar en tu porvenir, sus qué quieres ser de grande, sus ten miedo de la lluvia y cómprate un paraguas, sus tienes que ir al médico, sus tienes que comprar, sus seis de enero, sus persígnate, sus por qué te drogas, sus por qué sonríes, sus por qué eres feliz, sus por qué te marchas, sus vivir mejor, sus hasta cuándo entenderás que así no se logra…
La violencia se insertó entre nosotros, en nuestros múltiples universos, llamando estúpidos locos a quienes trabajan la fraternidad con múltiples fórmulas a través del misterio.
La violencia se erigió como la gloria del hombre. Y nos adaptamos a ella. Incluso tanto que ya ni la podemos ver… 
Llegó el momento. Los pilares se derrumban. Perdamos pues la cordura. La que nos implantaron en el hogar y en el colegio. Esa que por siempre ha sido una ilusión.

lunes, 18 de noviembre de 2013

El viejo mundo

Y dicen que va terminando el año. Ya las emociones escalan el termómetro y uno que otro bien/intencionado obsequio va dirigido a los vagabundos, esos a los que hacemos caso con monedas porque no sabemos hacerlo con abrazos.
Dicen -y lo hacen con vehemencia- que ya viene un año más en el qué depositar los siguientes proyectos, frente a los que no pudimos cumplir en el presente. Dicen que está en declive el año, a ratos perdido por, acaso, el paro magisterial, vándalos sin qué hacer que sólo buscaban eso: perder el año. Y lo lograron, dicen.
Dicen también que se fue como agua un año, gracias a dios, ca(r)gado de trabajo. Mientras otros ven un año más que se fuga con la misma ausencia de una actividad laboral.
Se dice por las calles y los bares y los cafés y los pasillos del autoservicio que se nos va acabando un año que se asemeja mucho al anterior; un año más, dicen. Las charlas se perfilan hacia las reuniones del traje color algarabía y el calzado último modelo.
El año, hoy, es más viejo que nada. Viejo por los meses transcurridos. Viejo porque ya las agendas y los autos lo dictan. El año se hizo viejo contemplando cómo volvíamos a las mismas viejas prácticas de encaminar al país hacia el desarrollo (ese término por el que envejeció -que no murió- la derecha). El año se nos añejó viendo los mismos paisajes, con el perenne refrán de que ahora sí estamos cerca del mundo que da la bienvenida a las economías sanas, a los que luchan de forma incansable por abolir la hambruna con cruzadas homéricas. En fin, los que abrazan a aquellos que perpetúan el sistema.
La balanza del año está más oxidada por estos meses, frente al cataclismo social. El año viejo está a punto de quemarse, en las casitas de adobe, en las casonas de Condesa. Y nuestra idea de la felicidad se fue envejeciendo unos once meses después…
Se tornaron viejas además las palabras. Las de ellos. Las de siempre. Las que se di/secan en el papel de cuyo título recuerdo con el de “Leyes”. Las que, incluso, no le desgasta a nuestro oído escuchar a sabiendas que de reliquias verbales conservamos nuestra añeja/inconclusa revolución, cuando el viejo PNR palió a sus caudillos con honorables presidentes.
Viejos también se vuelven nuestros padres de memoria indeleble y acciones suaves. Viejos bellísimos. Envejecen incluso los pilares que sostienen la cúpula también añeja. ¿Cuál? Todas.
¡Ah qué viejos tiempos aquellos que aún no terminan! Seguimos en el antiguo escenario de la penuria cubierta con chal y revestida por esas viejas ganas de querer transformarnos en una civilización más, sin habernos preguntado antes si deseamos ser transformados. Se trata de esa antigua mente colonial que habita las cavernas.
Dicen que se está acabando un año intempestivo y que se nos viene otro, éste sí con un poquito más de crecimiento encasillado en tasas por demás sabido inexistentes. Que hay que dar gracias a dios por permitirnos un año más de vida. ¿Podrá reclamársele su trillada forma impugnable de que tal permisión esté plagada de mañas y dobles sentidos?
Y entonces se nos comienza a acumular hasta el polvo. Mas se desconoce si tales partículas son propias o las vertieron sobre nosotros.
Y dicen que se nos está acabando el año. El mismo año repetido hace tantos y por el cual seguimos lustrando proyectos, alistándonos para fungir como los mejores anfitriones de un teatro que se viene abajo por pilares ya insostenibles.
Este discurso, asimismo, se añeja. Y el México de hoy ha envejecido, tal como el año que, dicen, a punto está de concluir, síntoma inequívoco de que estamos bajo la atmósfera de otro periodo, el que se distiende de las promesas a la emancipación. ¿Estamos listos para desprendernos del viejo mundo?

Zapato más antiguo del mundo, encontrado en Armenia,
que data -dicen- de hace 5,500 años.
 

lunes, 4 de noviembre de 2013

La gran derrota de México

Desde un punto que se encuentra al sur de los mapas, escucho el crujir de pies descalzos sobre cemento agrietado. Son las pisadas de la tolerancia, que no la resignación. Pisadas desnudas y morenas de un escenario que se perpetuó, que nos perpetuaron. Son los pies desplazados hacia la senda de la exclusión, por decir lo menos frente al aniquilamiento de esos pies que intentan avanzar en suelo espinado. En este punto que se encuentra, sí, abajo de un mapa diseñado para oprimir desde el papel, desde la geografía escolarizada, para que asumiésemos desde la infancia cuán abajo nos correspondía estar en la era global, contemplo la mirada del ocaso, ese fragmento oscuro que se tornó perenne en tiempos de la revolución tecnológica. Es la mirada de la opresión, talento oxidado de quienes se piensan capaces de dirigir la vida de los demás, la vida de un pueblo.
El vaho que rodea las montañas del sur, se percibe ligero, afable cada mañana. Sin embargo, cada tarde también, parte a dar testimonio a las montañas del norte lo que ha sucedido en el pueblo el día en turno. Coinciden que se trata del antiquísimo plan aquel de acallar las voces del hombre justo causándole hambre, de discriminar a los sueños que no merecen tener las sociedades incivilizadas, según aquellos que creen todavía que las fronteras marcan a los países tercermundistas y del primer orden, estos últimos con su derecho (o de facto -ahora sinónimos, aunque costará que lo reconozca la RAE-) de hacer de la paz, un carnaval de fusiles perfectamente adiestrados.
Me encuentro pues, en un punto desde donde se puede oler el sabor amargo de la pobreza. Nada nuevo, claro. Pero como a diario, es un sabor similar a la lumbre, como de muerte. Un olor a exterminio. Un sabor que parece abraza directo a los grupos trilladamente vulnerables, que son los más en este punto de los mapas -y me han dicho que también son los más en otros puntos de otros mapas-. Es ese olor que no se desprende del aliento durante siglos. Y ya han transcurrido unos cinco siglos justo por estas fechas y ese olor continúa. Es más, se impregna más ahora sobre las empedradas callecitas que se observan desde cualquier punto de este pueblo que tenga cierta altura. Se adhiere como el humeante color de la rabia en las palabras de un manifiesto. Se cuela por las rendijas del alma -que algunos llaman ojos- y después se exhala en una consigna en cualquier tarde agitada.
Ese punto del mapa en el que ahora me encuentro, tiene una magia infinita, eterna. Tiene el don de atraer seres de cualquier parte del universo. De arrebatar la energía y devolverla a medias. Posee la habilidad de arrastrar pueblos enteros a sitios desconocidos por la mayoría. Tiene esa virtud de proveer de cualquier alimento a zonas abandonadas, o bien, ocupadas por flores vestidas de un verde olivo intransigente y que, típicamente, viven para obedecer las reglas del papel añejado.
Detrás de las casonas, los tejados y coloridos muros que vigilan esta tierra que piso, duerme vívidamente la violencia, revestida de un azul infierno y maquillada de folclor. Y digo duerme no como eufemista, cuando camina sigilosa por los parajes en los que la tierra ha difuminado su rostro por bolsas apiladas de basura; ha hecho del color traslúcido de sus venas, un río contaminante de bocas; se ha rasgado ese músculo muy suyo que parece un corazón, todo por manos autómatas y pulverizadoras de enormes elefantes de acero, que ya no sorben agua y se alimentan de plantas, puesto que resulta aún más exquisito talar el misterio de las selvas o perforar la piel de la montaña.
Del tiempo me reconozco invisible. No soy apto para esta fórmula de cuyos testaferros sirven a dios. He pensado, incluso, que el lugar en que me encuentro no me corresponde. No me asumo insensible, soy ese ser al que nadie ve, del que tanto hablan y miran hacia abajo. Del que se escribe demasiado en las redacciones de domingo, mas nadie lo escucha. Soy quien no ha logrado caminar junto con ustedes, “la mayoría”, y no porque no lo desee, ya que siempre que los noto muy cerquita mío, me orillan a permanecer en mi hogar de marginación, pues si salgo de allí, no seré más el alimento de las estadísticas -y se vendrían abajo tantos millones de empleos-.

Y si soy intangible del tiempo y estoy en el punto más de abajo del mapa, entonces puedo reconocer que no tengo más sentido sino el de reinventar un episodio más, uno que entintó el sueño de anoche, en el que mis pasos no me dolían y mis ojos no contemplaban tanto escenario gastado.

sábado, 13 de julio de 2013

Carta a la Estancia del Migrante de Querétaro

Amigos:

Sólo son dos años que los conozco y su historia recorre mucho tiempo atrás todavía. Dentro de estas palabras, “mucho tiempo”, aún hay más: atropellos, intimidaciones, distanciamientos, lágrimas, abrazos, abandono, preocupación, sonrisas, acompañamiento, cariño y una verdadera solidaridad de su parte.
Ustedes, quienes conforman la Estancia del Migrante González y Martínez, deberían extenderse por todo el país, deberían multiplicarse por cientos, por miles, por el mundo. Son ustedes quienes nos dan aliento a los que observamos a la sociedad desde otra óptica; son ustedes quienes nos sensibilizan para con esas personas que optan por desgarrarse los pies a quedarse en un sitio donde se les desgarra la vida. Son ustedes, precisamente, quienes nos destapan los ojos, quienes nos desatan las manos para tomar un bolsa con alimentos, agua y vida, para dárselas a nuestros hermanos migrantes, que para cumplir un sueño, uno que hoy es mucho más terrenal, como brindarle comida a los hijos, desafortunadamente tienen que descender y transitar el infierno en el que se ha convertido una parte de México.
Es allí, durante el recorrido de estos nómadas, que aparecen ustedes como el alba, con la intención de alimentar a quienes tal vez llevan varios días sin probar alimento alguno; de darles unas gotas que serán agua despeñándose sobre su ser. Pero esa intención, la de ayudar al migrante, ya fue rebasada por ustedes también. Porque no sólo nos han brindado la oportunidad de agarrar las bolsas con comida para lanzarlas con destreza frente a los vagones de un tren que avanza estrepitosamente, sino porque nos han permitido encontrarnos con el otro, al lado de las vías, y cuando eso sucede, como una suerte de espejo, es el punto exacto en donde nace la solidaridad.
Ustedes, integrantes del refugio, nos han enseñado a ser solidarios, a no mirar como delincuentes a esas personas que, más bien, cargan con un dolor que no es ajeno, que no le han robado a nadie, sino que han tenido que convivir con él dentro de sí.
Ustedes, incansables guerreros, nos han enseñado a los demás a convivir con salvadoreños, nicaragüenses, hondureños, guatemaltecos, colombianos y demás nacionalidades por igual, aclarándonos el panorama sobre aquello de las fronteras, esas líneas deformes que no deben existir y que, en realidad, ya no existen para los que hemos aprendido bien que ningún ser humano es ilegal.
Y qué decir de Martín, ese mago que rebasa cualquier concepción sobre lo que es el humanismo. Tus acciones son fiel reflejo de tu voluntad por que cesen los hostigamientos en el camino del migrante. Eres un ser cuya luz se ha extendido al prójimo. Y así, también te has ido expandiendo a otras zonas, bajo otros relieves, pues somos muchos, por no decir cientos de miles, los que después de conocerte, personalmente o no, nos quisimos apropiar de tu nombre, de tu ejemplo, de tu humanismo.
Es por ello que desde aquí, desde Chiapas, les envío mi agradecimiento por continuar firmes con una labor que cumple ya 13 años. Desde aquí venimos pulsando un corazón más fraterno, así que vamos por la misma senda.
A todos los integrantes y colaboradores de la Estancia, les reitero mi respeto y mi apoyo, un apoyo que será también para el migrante, donde quiera que lo encontremos.


Amigos: nuestras veredas volverán a cruzarse, en cualquier punto o en cualquier vida, ya que sin duda también nos cargamos la piel del migrante, y por tanto, volveremos a ser uno con ellos.

Comunidad Nómada



sábado, 29 de junio de 2013

Carta de Gustavo Esteva sobre lucha de Bachajón

A los compañeros y compañeras del pueblo de San Sebastián Bachajón, del Movimiento por Justicia del Barrio y de todas las personas y organizaciones que se están solidarizando con ellos.

Escribo esta carta el día que empieza la semana por Bachajón, el día del cumpleaños de Juan Vázquez Guzmán. Aunque me sigue inspirando su buen humor, el gozo que transpiraba su compromiso con la vida, no puedo evitar la tristeza, la pena, el dolor, causados por su asesinato, que hoy deben sentir de nuevo sus dos pequeños hijos y todas sus compañeras y compañeros.

Debemos asumir con entereza el estado de cosas, la situación en que nos encontramos. Quienes deberían vigilar el cumplimiento de la ley se dedican a violarla. Quienes tienen la facultad legal de usar la violencia para proteger a los ciudadanos la están empleando contra ellos. La maquinaria jurídica escarnece sistemáticamente la justicia y viste el despotismo con el manto de simulacros de tribunales. Es aberrante seguir hablando de estado de derecho y de democracia cuando las cosas están como ahora.

Dicen que no le vendaron los ojos a la imagen de una mujer que se usa como símbolo de la justicia para que pudiera representar imparcialidad, como a veces se cree, sino para que no viera los horrores en que se cae cuando se declara un estado de excepción. En eso estamos: en un estado de excepción no declarado en que se incurre en todos los vicios y males de la injusticia, en todos los horrores que no debe ver la justicia. “Aquí en Chiapas”, dijo alguna vez Juan, “la ley y la justicia no existen, sino que el gobierno impone su mandato”.

Lejos de impulsarnos a la parálisis o la desesperación, esta situación insoportable nos impulsa a tomar la iniciativa y nutre nuestra esperanza. Frente a los crímenes e impunidades del mal gobierno se levanta la energía de quienes, inspirados y alentados por Juan, deciden llevar adelante la lucha y hermanarse con otras muchas compañeras y compañeros que en todas partes han decidido resistir.

La lucha de Juan y del pueblo de San Sebastián Bachajón está claramente en el frente de la batalla en que se definirá nuestro destino. Habiendo llegado a su límite, el capital recurre hoy a procedimientos coloniales del pasado, al despojo, a la violencia abierta, como último recurso para continuar su acumulación salvaje. Lo que hemos estado llamando extractivismo se aplica por igual a los grandes proyectos mineros, a las cascadas de color turquesa “Agua Azul” cuya defensa le costó la vida a Juan, al nuevo latifundismo urbano o al despojo financiero. Por eso la lucha de Juan está directamente hermanada con la de cuantos están defendiendo sus tierras y sus aguas, sus territorios y sus bienes comunes, y también con quienes han salido a la calle en otras luchas contra la corrupción y por la justicia como las que se desarrollan en estos días en Brasil.

 “Que sepa el mal gobierno”, afirman los dignos herederos de Juan, “que el pueblo de San Sebastian Bachajón sigue resistiendo y que nuestro compañero Juan Vázquez Guzmán vive entre nosotros, cuidando su pueblo desde allá arriba”.

Que sepa el mal gobierno, decimos nosotros ahora, que somos muchas y muchos quienes en las más diversas partes del mundo enarbolamos las mismas banderas, resistimos con la misma decisión y no detendremos esta lucha hasta que se respeten los derechos de Bachajón y se haga justicia plena. Como ellos mismos dicen, la voz de Juan no será callada y el trabajo de su corazón no ha terminado.

Desde San Pablo Etla, un pueblo zapoteco de Oaxaca, me incorporo de lleno a este llamado mundial que debe alcanzar a muchos otros corazones.

Gustavo Esteva

Juan Vázquez Guzmán