La
creencia es una semilla muy poderosa y en tanto se tenga conciencia de ello, se
tornará un agente de cambio dentro de un torrencial de eventos que acontecen
cada instante, y no, como se le ha querido interpretar, un trillado complemento
del destino.
Hace
no mucho tiempo, quizá febrero o marzo del falso calendario, el gregoriano, escuchaba
el ritmo de un tambor que cimbra el espacio, mezclado con la voz de una
intérprete excepcional. Esta banda se presenta en los escenarios combativos de Chiapas
como ‘Somos otro tú’, durante las noches de expansión ideológica. Pocos lugares
realmente sirven de reunión para articular la organización social, en los que
convergen personas de nacionalidad diversa pero de visión similar: los mueve la
resistencia al control. Aquella vez, al interior de un bar (pero no cualquiera),
el concierto fue por demás inspirador.
La
única frase que recuerdo en todo aquel recital, la letra que cimbró todas mis
cavilaciones del momento, es: “yo fui a la revolución” (http://www.youtube.com/watch?v=QLao8JZJbWU), de una conocida rola
para quienes acostumbran, en cualquiera de sus géneros, envolverse por las canciones
de protesta. Creí en esas palabras entonces y creo en ellas ahora.
Y
es que la creencia tiene la capacidad de ser en sí misma. Es debido a ella que se
van sucediendo una cantidad de acontecimientos a nuestro alrededor. Si yo creo,
por ejemplo, en el matrimonio, es casi un hecho que terminaré casado; si creo
en la desdicha, habrá etapas lúgubres que caerán sobre mí. Ahora bien, si creo
en los gobiernos, terminaré subyugado a quienes dominan tales plataformas; si
creo en las sombras, podré visualizarlas constantemente; y si creo en mí,
permanentemente haré lo que deseo (no como el hecho de cubrir una simple
necesidad, sino como la realización de lo que el espíritu encamina).
No
bien terminaba el periodo de los Beatles, en el umbral de los setenta, cuando John
Lennon exploraba otros senderos y dejaba de creer en todo, excepto en él. Este
hombre dejó de creer en Hitler, en I ching, en buda, en Elvis, en los reyes, en
la biblia, en el tarot e incluso en la propia mítica banda. De ello surgió esa ventana
llamada “God”. Acertaba diciendo que dios no era más que un concepto por el cual
medimos nuestro dolor. Este beatle, en cambio, jamás dejó de creer en sí mismo.
Pero, ¿se tornó incrédulo?
El
hombre al que conocimos como John Lennon, dejó de depositar el poder (como la
capacidad de realizar una acción) fuera de él y la concentró en su interior.
Algunos pudieran pensar que dentro de esas estrofas se derrama soberbia. En
fin, cada quien coloca las cosas según se le presentan. Sin embargo, él dejó
claro el nivel de conciencia que había adquirido para entonces y por lo cual
resulta por demás explicable (que no justificada), la intervención de la
Agencia Central de Inteligencia (CIA), en su desaparición física, una de tantas
organizaciones diseñadas para exterminar una parte de la humanidad.
La
creencia es pues, un factor fundamental en la interpretación del mundo que nos
circunda. Y ésta puede tener o no un trazo de fronteras, según el grado de
adaptación al sistema que se pretende implantar en cada rincón del ser humano:
el miedo.
Es
por demás sabido que previo a su fusilamiento, Ernesto ‘Che’ Guevara se puso en
pie estando herido, miró de frente al ejecutor y cayó sin miedo. Nuevamente, había
intervenido la CIA.
Así
como el Che, Hugo Chávez también tuvo una férrea creencia sobre la emancipación
no sólo de un pueblo, en su caso el de Venezuela, sino de toda la humanidad. El
pensamiento viviente de Simón Bolívar impregnó la conciencia de Chávez, cuya simbiosis
creó vida. Hugo Chávez creyó, primero, que era posible terminar con el dominio
que mantenían los opresores, quienes en ese momento tenían el control del
Estado en sus manos.
Su
creencia fue tal, que pronto pasó a la acción. Un golpe de Estado fallido y el
triunfo en las elecciones, llevó a Chávez a terminar con el yugo de ‘unos sobre
el resto’ y dio entrada a la organización colectiva, una suerte de poder
popular.
La
revolución bolivariana (con rostro de socialismo), hoy en pleno curso, comenzó
como una semilla entendida como creencia. Según lo establecido por Marx, este
proceso camina la vereda hacia el comunismo, aunque para ello hace falta aún
terminar con el libre mercado. Será un proceso largo ya iniciado.
Esto
es tal vez lo que hizo falta decir a Hugo Chávez y es lo que hace falta decir a
su sucesor Nicolás Maduro: las estructuras de gobierno jerarquizadas se
encuentran en pleno desvanecimiento. La creencia es, esencialmente, el
preámbulo de la transformación.
Pero,
¿por qué atravesamos por momentos complicados, no sólo como especie, sino como
parte de un todo? La respuesta no es sencilla cuando existen de por medio distintos
enfoques. Uno de ellos es, sin duda, la creencia. Creer en cómo es posible que
hoy día siga existiendo la pobreza, el hambre, la desigualdad social, la
opresión, la exclusión, el aniquilamiento, es permitir que estas “fallas” se sostengan
en el tiempo. Creer en una desventaja entre
unos (las inmensas minorías) y otros es perpetuar tales errores del sistema. Finalmente,
dicen, creer es crear.
Entonces
miro que a diario ‘voy a la revolución’. Y lo hemos estado haciendo quizá desde
hace muchos años, sin pretender comprenderlo. El pensamiento más sutil tiene
forma y es aquella en la que creemos de cómo debe (o debería) ser nuestro exterior.