jueves, 25 de septiembre de 2008

X

Descendí a la faz de la tierra, donde lentamente pude comprender lo incierto que resultaba mi estancia en aquella zona del desierto.
Una ventisca de arena cubrió mi cuerpo, obstruyó mi vista durante algunos siglos y pronto aparecieron formas inconexas frente a mí… a través del tiempo, supe que se trataba de ella.
Fingió desconocerme. Su voz era temblorosa y no dio margen a los cuestionamientos… la incertidumbre se apoderó del lugar y, sin embargo, no podía dejar de observarla.
La tenue luz de su espíritu atravesó el panorama nocturno y sin temor a equivocarse, me miró.
En aquel momento descubrí que no había nada más porqué esperar.
Salté al vacío de la búsqueda, viajé al sótano de mis cavilaciones, donde se enreda un oscuro grito que pide nacer con la tenue voz de un lagarto alumbrado por el misterio.
La ventisca pasó.
Mañana, mi piel de cera habrá quedado oculta en sus brazos y veré cuán sincera es la batalla, contra ella y los sueños en los que me coloca.

II

En la cadencia de lo incierto veo desfilar mis muertos uno a uno, la libreta de mi madre grita el silencio, en el sillon donde mi padre postró momentos de su ausencia solo polvo y al final del pasillo testigo de las madrugadas que caian sobre mis develos se encuentra estoico el cascabel atado a mi puerta, vagos que se alimentan de mis recuerdos como liendres de un perro.

Mis bolsas llenas de sueños, mis sueños llenos de sombras, intercambio por una sonrisa que no parezca ajena de un mundo solitario y colerico, bipolar y ausente... ausente, intercambio mis anhelos por la materia de la que estan construidas las sonrisas.
Esa mañana al levantar la persiana para sentir la sopresa con la que la mañana recibe a las almas inquietas, note que en mis manos estaban sembradas la cobardia y el silencio.
¡Despojos humanos, han manchado lo que nunca será y mutilado lo que pretendió ser!, el crimen más despiadado es el que se anida en la memoria y el más cruel el que lento mata.

VIII

Solo el insoportable dolor en los oidos pudo despertarme, pareciera eso, como si agonizara en el lecho marino , aprendi a enterrar mis ideas bajo la tierra para defenderme de las posibles heridas, ¿por que no he de aprender a sobrevivir con la agonia de este dolor punzante?.
Al Abrir los ojos, el matutino campo de diamantes , con destellantes rayos solares penetrando la sórdida ausencia de vida danzaba con las palpitaciones de mis cinco heridas, en unos momentos nadie más iba a notar la ausencia.

"A los objetos sórdidos les hallamos encanto
e, impávidos, rodeados de tinieblas hediondas,
bajamos hacia el Orco un diario escalón".

Es en su inmundicia donde trazamos nuestros destinos
en su bestial repugnancia, en su silencio infinito
en su gélido rostro sin gesto, sin sonido, sin eco
donde se cierne la corporea decadencia".

Cinco palpitantes heridas más parecidas a la constelación que encierra y que en el velo de su enigma cubre mi destino.
Un camino se descubre entre diamantes y pálidas luces, una oportunidad entre la gravedad... mis pasos entre el exilio.

sábado, 13 de septiembre de 2008

CAPITULO VII

Sus mortales ojos apuntan hacia mí. Son cinco en total.
-¿Cuál es tu último deseo?- me pregunta un hombre con la fortaleza física de un Titán.
Mi vista se nubla y creo sentir cada uno de los impactos.
Siento que este páramo se convertirá en mi hogar por más de mil años.
No sé cuándo pueda estar de regreso.
No sé qué forma tendré.
Tengo frío y necesito agua.
Parece que ha muerto mi instinto; no puedo correr, ni gritar… ni siquiera puedo llorar y pedir que me dejen con vida.

El señor del alba


Desperté anonadado de un sueño en el que viajaba durante más de doce horas a un sitio que, paradójicamente, se localiza a unos cuantos kilómetros de mi habitación.
A lo largo del camino, observé el desierto, la llanura, incluso la selva; mas, me detuve en el momento en que una corazonada me dijo que éste era el lugar más apropiado para hacerlo.
Vagué por los altiplanos de Tula de Allende, y ante mí se presentaron imágenes inconexas que lentamente conformaron un panorama.
Jamás supe de dónde surgió ese gran templo llamado Tlahuizcalpantecuhtli; es más, me parece extraño conocer su nombre cuando nunca tuve una sola referencia sobre él.
El Señor del Alba, significa en náhuatl, y así lo recuerdo: llegué a este sitio cuando la primera mirada del sol nacía en el universo.
Justo sobre el último peldaño en la pirámide más grande, a distancia, se observa una silueta que por su fisonomía y atuendo, creo que debe ser un guerrero, uno de los más importantes en esta ciudad.
De pronto, lo tengo frente a mí.
Tezcatlipoca se ha ofrecido a ser mi guía por los contornos del lugar.
Me ha dicho que él, así como aquellos guerreros asentados en la siguiente pirámide, y a los que ha hecho llamar Atlantes, están conspirando para dominar la región de Mesoamérica.
Esto debido a que se menciona, según mi guía, hay personas que quieren despojarlos de su territorio.
Se llaman aztecas.

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